Una joven, un bebé inesperado, y el coraje para determinar su futuro. Andrea B. tiene 27 años. Nació en Ecuador, y se mudó con su madre a España cuando tenía un año y medio. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra, luego hizo un máster en investigación en ciencias sociales y trabajó en varias compañías hasta llegar a su empleo en una consultora en un puesto de Marketing y Comunicación, donde trabajó hasta el nacimiento de su hijo. Esta entrevista nos adentra en la historia de una mujer que, al enfrentar un embarazo no planeado, eligió un camino en medio de las adversidades: la maternidad.
- ¿Cómo recibió la noticia de su embarazo?
Fue algo inesperado. Mi pareja en ese entonces y yo siempre procuramos tener cuidado, pero en una ocasión no lo hicimos. Pensamos que la pastilla del día después resolvería cualquier “problema”, pero no fue así. Cuando mi regla no llegó, sospeché y me hice un test. Al ver las dos rayas positivas, no pude evitar reírme. Quizá era risa nerviosa, pero me parecía una consecuencia lógica de nuestros actos. Al principio, consideramos la opción de abortar. Llamé a una clínica y nos dieron una cita para el día siguiente. Sin embargo, cuando llegué y vi el ambiente, con mujeres y parejas claramente tristes, algo cambió en mí. Me hicieron una ecografía, y al ver esa imagen, inmediatamente me nació el instinto protector de una madre. Pensé: «Esto es real, hay otra vida dentro de mí».
- ¿Cómo influyó ese momento en su decisión final?
Después de ver la ecografía, supe que no podía abortar. Pasé el fin de semana reflexionando y leyendo sobre las consecuencias psicológicas del aborto, ya que en la clínica todo parece muy secreto. No te cuentan nada en detalle, ni del procedimiento ni de las posibles consecuencias físicas como psicológicas. Por mi cuenta, busqué información, y leí que muchas mujeres que toman la decisión de interrumpir su embarazo sin estar seguras sufren depresión y ansiedad después, ya sea a corto como a largo plazo. Yo sabía que no sería lo mejor para mí.
- ¿Cómo era su relación con el padre de su hijo?
Éramos compañeros de piso en Madrid y luego comenzamos una relación. Estuvimos juntos un año y medio, pero teníamos valores muy distintos, lo que causaba problemas en nuestra relación. Yo soy cristiana y tengo claro lo que quiero para mi futuro, como formar una familia y criar a mis hijos de cierta manera. Él no compartía esa visión y, aunque en el momento de enterarnos del embarazo estábamos juntos, ya habíamos roto la relación anteriormente.
- ¿Cómo reaccionó él cuando decidió continuar con el embarazo?
En su caso, habló con sus padres y, después de hablar con ellos, vino a verme y me dijo que tanto él como su familia estaban de acuerdo en que, si yo decidía tener al bebé, no podía obligarlo a hacerse cargo de nada. Se puso a llorar, y en ese momento, sentí una gran rabia. Le dije que no estaba enfadada con él, sino conmigo misma, por no haberme escuchado cuando ya intuía que esta diferencia de valores era la que nos separaría por completo.
Antes de hablar con sus padres, hubo un momento en el que incluso me dijo que le gustaría que fuera un niño. Fue extraño, porque parecía que se había emocionado con la idea. Cuando yo le conté lo que sentía,mi ilusión por tenerlo, él también pareció contagiarse un poco de esa emoción. Es que, al final, tener un bebé es algo bonito, es una nueva vida que va a crecer y convertirse en adulto y eso, al menos para mí, genera ilusión.
Sin embargo, después de hablar con sus padres, cambió por completo. Creo que esto tuvo mucho que ver con la forma en que siempre había vivido su relación con ellos: acostumbrado a seguir sus indicaciones sobre qué estudiar, qué hacer con su vida o qué decisiones tomar. Por eso, cuando sus padres aprobaron la postura de no hacerse responsable de sus propios actos, ya no tuvo dudas. Estaba claro que iba a seguir ese camino.
Me dijo que había considerado varias opciones, cinco en total. De esas, dos eran en las que no tenía al bebé y tres en las que sí lo tenía. Las opciones que me dio fueron: no tenerlo y seguir juntos, que para él era opción ideal; no tenerlo y separarnos; tenerlo y que él hiciera una contribución económica; tenerlo y criarlo juntos. Yo le pregunté: «Si yo decido tenerlo, ¿qué puedes ofrecerme tú?» Y él me dijo que la única opción que veía realmente era que yo lo tuviera y él se desentendiera de todo. Entonces, yo le cuestioné si no había un rincón en su mente en el que pudiera pensar en hacerse cargo de su hijo, que al final es su hijo también, ¿no? Y él, con mucha franqueza, me dijo: «Decido ser egoísta».
En ese momento, le dije: «Si me pones en esa tesitura, no eres la persona que quiero tener a mi lado en ninguna de las situaciones». Le pregunté si necesitaba un abrazo, me asintió con la cabeza, lo abracé y le pedí que se fuera de mi casa.
- ¿Cómo fue el proceso de hablar con sus amigas sobre esto? ¿Le apoyaron?
Lo que realmente me asustaba no era el embarazo ni la maternidad en sí, sino enfrentarme a este reto sola. No quería ser madre soltera. Durante ese tiempo, hablé con varias amigas que habían pasado por un aborto. Una de ellas me dijo algo que me quedó grabado: «Cualquiera de las dos decisiones va a ser difícil, y cualquiera de las dos será para toda la vida».
Ella me contó su experiencia: había interrumpido su embarazo a las ocho semanas de gestación y tuvo que lidiar con las consecuencias. Me di cuenta de lo aterradora que puede ser esa decisión, lo arduo que fue para ella después del aborto. La opción de tener al bebé no me generaba la misma ansiedad que el aborto. Aunque sentía miedo, no era esa sensación de angustia total. Era una sensación más parecida a la incertidumbre. En cambio, la idea de pasar por un aborto provocado me generaba una ansiedad profunda, tristeza, oscuridad. Una sensación tan fuerte que me resultaba abrumadora.
Hablé también con la mamá de unas amigas que fueron adoptadas de Perú. Ella no pudo tener hijos biológicos y me dijo algo que definitivamente me ayudó a tomar la decisión: «Te diría que lo tengas. Eres joven, estás preparada, tienes el apoyo necesario, y hay tantas mujeres de 40-50 años que quieren ser madres ahora y no pueden. Si tienes la oportunidad, no la dejes escapar».
- ¿Qué le aconsejó su madre acerca de la decisión?
Mi madre siempre me ha dejado decidir por mí misma. Me dijo: «Te apoyaré en cualquiera de las dos opciones, pero la decisión tiene que ser tuya. No dejes que la decisión de un hombre influya en la tuya». Eso me ayudó mucho. Lo primero que me dijo es: «Decide tú». Fue una forma sabia de dejarme en control de la situación, no dejando esa decisión tan importante a otras personas.
También me dijo: «Si decides tenerlo, te daré todo mi apoyo». Mi madre fue madre soltera, y aunque mi padre estuvo ausente, nunca me dio la impresión de que un niño pudiera arruinar la vida. Hoy en día, se escucha mucho esa idea, pero ella no lo veía así. Sabía que un bebé cambiaría mi vida, pero no la arruinaría.
- ¿Hubo algo más que le ayudó a aclarar sus dudas?
Justo esos días, escuché una entrevista sobre una familia que sobrevivió al tsunami de 2004 en Tailandia. La madre hablaba de cómo ser egoísta es tener miedo a la vida, pero que, a pesar de ese miedo, seguir adelante es un acto de valentía. Eso me hizo reflexionar mucho. Si decidía no tener al bebé, esa decisión estaba claramente impulsada por el temor y el egoísmo. En cambio, si lo tenía, era un acto de amor y valentía.
Me di cuenta de que si tomaba el camino fácil, estaría evitando enfrentar mis miedos. A largo plazo, ese camino solo me traería culpa y arrepentimiento. En cambio, si elegía el camino duro —seguir con el embarazo y asumir mi responsabilidad— aunque fuera duro en el momento, a largo plazo me traería paz interna. No hablo de éxito social, sino de saber que tomaba una decisión correcta para mí.
- ¿Hubo alguna parte del proceso que le resultó difícil durante el embarazo?
Empecé a prepararme, leyendo muchos libros. Me parece un milagro cómo el cuerpo de la madre se adapta para que una vida crezca dentro. Disfruté mucho de mi embarazo. Al principio sentía mucha adrenalina por la situación y por mi decisión de salir adelante a pesar de las circunstancias. Los primeros meses fueron como un chute de energía: «Soy capaz de ser madre. Soy fuerte». Pero hacia el sexto mes, cuando me mudé a Pamplona, pasé por un fuerte agotamiento emocional. Tuve que mudarme de ciudad, afrontar la ruptura de una relación, y prepararme para la llegada de mi hijo, y eso me afectó.
Lo bueno es que siempre he sido una persona activa, deportista, y a nivel físico no sufrí ninguno de los síntomas típicos del embarazo. No tuve náuseas, ni vómitos, ni malestares graves, lo que me permitió disfrutar de esta etapa de una forma diferente.
- ¿Cómo ve la percepción social hacia las madres solteras, especialmente las jóvenes como usted?
Hoy en día, muchas familias están desestructuradas. Ya no es como antes, cuando la mayoría de los niños tenían a sus padres juntos. Ser madre soltera ya no se ve tan mal, especialmente con mujeres que deciden serlo después de los 30 o 40 años. Sin embargo, para algunas de nosotras, como yo, que tengo 27, a veces se nos percibe con ternura o incluso prejuicio.
Necesitamos sentir que sí podemos hacerlo, aunque las circunstancias no sean las ideales. Y organizaciones como REDMADRE son cruciales para crear una red de apoyo que permita a las mujeres tomar decisiones sin presiones, en verdadera libertad. Ser madre requiere esfuerzo, pero ese esfuerzo vale la pena porque, desde mi punto de vista, te hace crecer y mejorar como persona.
Es importante que la sociedad vea a las madres solteras con respeto y admiración, no con lástima ni condescendencia. Ser madre es un acto de valentía y de amor profundo, y aunque a veces dé miedo, también te llena de fuerza y propósito. Cuando decides ser madre, aunque haya mil miedos y retos por delante, debes saber que, con apoyo, todo es posible.