Hace falta -explica doña Carmina García Valdés, Directora General de la Fundación- que sea gente con «una gran capacidad de escucha, que no juzguen», y con «disponibilidad absoluta», fuera del horario laboral. Si en la entrevista que se hace a los voluntarios en potencia se descubre a alguien así, hay que formarle. Debe aprender que, «aunque el aborto es la muerte violenta de un ser humano, nosotros no decimos cosas como No mates a tu hijo. Hablamos de ella», de sus problemas y proyectos, «y le planteamos soluciones reales»: ayuda material, bolsa de trabajo, abogado, médico… «No todo vale para que siga adelante. No le mentimos, ni la hacemos sentirse mal; no le prometemos la luna. Va a ser ella la que decida. Si sufre presiones para abortar, lo último que necesita es presión para no abortar. Tiene que notar que no la juzgas y que, aunque aborte, luego puede pedirnos ayuda».
Además de formación, estos voluntarios también necesitan una atención especial, porque, «cuando un rescate no sale, se te parte el corazón. Les insistimos en que no están ahí para salvar al niño; el éxito o el fracaso no son suyos. Van de dos en dos, y luego nos reunimos como terapia de grupo».
Ocho de cada diez mujeres atendidas aceptan la ayuda y no abortan. Pero la labor de REDMADRE continúa. «Te siguen necesitando, porque tienen momentos de desánimo, algunas no tienen papeles, y casi ninguna trabajo, están solas…» Habla Julita, una voluntaria de acompañamiento.
La Fundación es toda una red en cuyo centro está la madre. Están acreditándose en la Fundación Lealtad, que fomenta las buenas prácticas en las ONG. Pero lo que notan las mujeres es «que te interesas por ella», sin buscar nada a cambio. Entonces -cuenta Julita-, «se vuelcan y te abren el corazón. Mi labor es un granito de arena, y recibo muchísimo: valoras más lo que tienes, te haces más comprensiva…» Por eso, anima a otros a unirse: «Con un poco de tiempo y ganas, es fácil».
Casos especialmente delicados para los voluntarios de RedMadre son los de las menores embarazadas. «Nuestra misión es mediar con los padres», explica doña Carmina. Ofrecen a las chicas acompañarlas cuando anuncien el embarazo a su familia, y las asesoran. «Les decimos: Una bronca es normal; aguanta el chaparrón. Si tú se lo cuentas con paz, diciendo que sabes que lo has hecho mal pero que vas a tener ayuda y tienes la situación encauzada, les das tranquilidad para aceptarlo». Intentan hacer ver a los padres que, aunque el embarazo se debería haber evitado, su hija, y ese niño que ya está en camino, los necesitan. Siempre «intentamos que la chica lleve el embarazo en su entorno familiar, porque es bueno para todos». Y lo consiguen casi siempre, aunque hayan tenido que tratar a veces con los Servicios Sociales, o la Policía. Una chica, por ejemplo, se escapó porque pensaba que sus padres la iban a obligar a abortar, y se presentó en casa de su novio. «Los padres de él nos llamaron, y nosotros llamamos a los padres de ella y la acompañamos a la Policía» para retirar la denuncia por desaparición. La familia aceptó la ayuda que les ofrecía la Fundación, aunque al final resultó que la chica no estaba embarazada. En otro caso, «una chica de 16 años intentó denunciar a su madre porque quería llevarla a abortar. El comisario nos llamó y recogimos a la chica en Servicios Sociales. Yo hablé con el Defensor del Menor, que me planteó la emancipación. Con esa información, hablamos con la madre y, al final, aceptó el embarazo». Doña Carmina sólo recuerda un caso en que tuvieran que sacar de su casa a una menor, «y a los pocos días los padres se arrepintieron y volvió».
Fuente: Alfa y Omega